lunes, 10 de agosto de 2015

Queremos que nuestros hijos/as sean felices… ¿será posible?

Por Lic. Alejandra D'Lucca
Como padres y madres compartimos todos los mismos anhelos de ver a nuestros hijos/as crecer y ser felices, que puedan tener muchos logros, que consigan vivir en paz y con alegría. ¿Es una expectativa posible? A veces nos gustaría que alguien nos diera la llave de la felicidad. La ciencia está investigando desde hace unos años cómo se hace para ser más felices, encontrando bastantes mitos al respecto. Creemos que “el dinero hace la felicidad” o que sólo pueden ser felices, “quienes nacen en cuna de oro”, quedando así esperando que mejore nuestra economía para recién disfrutar. Lo cierto es que estudios científicos han demostrado que la felicidad no está determinada al nacer, ni tampoco está ligada a las circunstancias por las que pasamos, ni a nuestro contexto, ni a nuestro nivel socioeconómico. La felicidad no viene de afuera. Cada día podemos estar bien y disfrutarlo dependiendo en gran medida de cómo lo vivamos. Si nosotros somos capaces de aprender a ser felices, a pesar de los problemas que tengamos, lograremos bienestar para nosotros y además seremos el mejor modelo para que nuestros hijos comprendan que, aunque las cosas se presenten difíciles, podemos seguir adelante con alegría. Según estudios científicos, un 40% de nuestra felicidad está directamente determinada por las acciones intencionales, hechas “a propósito”, que llevemos adelante para sentirnos bien. La felicidad es algo que conseguimos día a día mientras caminamos y depende de nuestra actitud y de las elecciones que hagamos en la vida.
Entonces… ¿se puede hacer algo para ser felices? Sí, algunas cosas básicas colaboran a eso (*): 
Practicar la amabilidad. Cuando atendemos a los demás y somos generosos, experimentamos un placer que nos lleva a la felicidad. 
Expresar gratitud. Dar gracias nos ayuda a poner atención en todas las cosas que a diario recibimos y tenemos, y a no dejar de observarlas. Muchas veces estamos sólo pensando en lo que no logramos o tenemos y eso nos entristece. 
Cuidar las relaciones sociales. Cuando le damos tiempo en cantidad y calidad a estar con los que amamos, nos comunicamos, apoyamos, expresamos afecto, elevamos nuestro bienestar. 
Aprender a perdonar, tanto a nosotros mismos como a los demás. Cuando somos capaces de hacerlo es porque entendemos que el error forma parte de la vida. Verlo así, nos evita las emociones negativas que producen el rencor o la culpa. El perdón nos ayuda a ponernos en el lugar del otro y apreciarlo más. 
Disfrutar al máximo las cosas buenas. Reírnos, festejar cada pequeña cosa que sucede en el día, tomarlo en cuenta y valorarlo públicamente. Traer un buen recuerdo a la mente, felicitar el simple logro de haber aprendido a atarse los cordones o dar buenas noticias, incrementan los momentos de disfrute. 
Cuidar además de nuestra mente, nuestro cuerpo. Una alimentación equilibrada y el buen ejercicio nos hacen sentir mejor y con fuerza para encarar lo que nos propongamos. 

La familia es el lugar ideal para experimentar todas estas cosas y la mejor escuela para vivir la felicidad y en ella. 

(*) Basado en los estudios realizados por la licenciada en psicología Sonja Lyubomirsky, profesora de la Universidad de California en Riverside.

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